Inflación, frustración y deuda: los tres rostros del retroceso de la clase media

La clase media argentina atraviesa una crisis de identidad y supervivencia. Así lo advierte un reciente informe de la Fundación Pensar —think tank del PRO— elaborado junto a Casa Tres y los especialistas Guillermo Oliveto y Mora Jozami. Bajo el título “Esperando la Carroza: la ‘Clase Media Mafalda’ se diluye”, el estudio describe el ocaso de un sector que históricamente fue sinónimo de progreso, movilidad y esfuerzo, pero que hoy vive entre la frustración, la pérdida de poder adquisitivo y la sensación de que el trabajo y la educación ya no garantizan nada.

El documento parte de una idea potente: aquel país donde casi todos se reconocían como parte de la clase media —el de la mítica Mafalda que Quino supo retratar— ya no existe. Según los datos relevados, solo el 43% de los hogares se ubica en la franja media por nivel de ingresos, frente a un 52% que pertenece a la clase baja y un escaso 5% que integra los sectores altos. Aun así, 29 millones de personas se autodefinen como clase media, cuando apenas 20 millones cumplen con los parámetros económicos establecidos. La distancia entre percepción y realidad revela el peso simbólico de una pertenencia social que se resiste a desaparecer.

El deterioro económico es palpable. Más de la mitad de los encuestados afirma que su poder de consumo es hoy peor que hace un año, y el 55% siente que la clase media se está achicando. El consumo, tradicional marcador de bienestar, se ha convertido en un espacio de resignación: el 63% reconoce haber dejado de lado actividades o servicios habituales, desde el ocio y la indumentaria hasta las vacaciones. “Comprar duele”, sintetiza el informe, al describir un nuevo estado de ánimo colectivo atravesado por la escasez y el sacrificio.

El estudio introduce la figura del “consumidor estoico”, ese ciudadano que busca sostener su estilo de vida con disciplina, aunque a costa de un esfuerzo constante y desgastante. Ya no se trata de ascender socialmente, sino de resistir el descenso. La meritocracia —ese ideal que durante décadas articuló la narrativa de la clase media— se encuentra en crisis: el esfuerzo ya no alcanza, el mérito dejó de rendir frutos y la movilidad social descendente se impone como tendencia estructural.

Uno de los puntos más inquietantes es el papel de la educación. Durante generaciones, estudiar fue la vía para mejorar la posición económica y consolidar una identidad de clase. Hoy, esa promesa se desvanece: el 70% de los sectores bajos alcanzó un nivel educativo superior al de sus padres, pero sin mejoras en su situación material, y apenas el 40% de los jóvenes cree que podrá progresar a través del estudio o el trabajo. “El diploma universitario era un certificado de identidad. Ese pacto está en crisis”, resume el documento.

Para la Fundación Pensar, un hogar de clase media es aquel que percibe ingresos netos mensuales de entre dos y cinco canastas básicas —es decir, entre 2 y 6,5 millones de pesos—, y que además accede a vivienda propia, medicina prepaga y educación privada. Bajo esa definición, el país cuenta con unos siete millones de hogares de clase media, ocho millones en la clase baja y menos de un millón en la alta. Es una radiografía que expone el deslizamiento social de amplios sectores urbanos hacia la precariedad.

El fenómeno, advierte el informe, no es exclusivo de la Argentina. En buena parte del mundo, las clases medias sufren presiones similares: en España y Estados Unidos se registra un proceso de fragmentación, mientras en Brasil y Chile el sostenimiento del consumo depende cada vez más del endeudamiento. Sin embargo, en el contexto argentino la inflación crónica, la pérdida del poder de compra y el deterioro del empleo formal agravan el cuadro, minando los cimientos de un modelo social basado en la estabilidad y el ascenso.

La conclusión del trabajo es tan política como social. La clase media, sostén de la cohesión democrática durante décadas, se encuentra hoy erosionada, desilusionada y vulnerable. Su desintegración no solo implica un cambio económico, sino un retroceso cultural: el fin de una identidad colectiva que durante mucho tiempo funcionó como promesa de integración nacional. En un país donde el mérito se volvió insuficiente y el esfuerzo dejó de recompensar, la “Clase Media Mafalda” parece esperar, como en la película que inspira el título del informe, una carroza que ya no llega.


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