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La “paz” de Trump: Gaza bajo tutela y sin voz palestina

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se dispone a encabezar este lunes en Egipto la firma de lo que él mismo define como el Acuerdo de Paz de Medio Oriente. Lo presentará como el fin de la guerra en Gaza y el inicio de una nueva etapa de reconstrucción. Pero lo que consiguió, hasta ahora, es apenas una tregua de tres días, un intercambio de rehenes israelíes por prisioneros palestinos y la entrada de ayuda humanitaria a un territorio devastado por casi seis décadas de ocupación militar israelí.

El alivio temporal fue recibido con esperanza por la población de Gaza y también dentro de Israel, donde los festejos se multiplicaron. Sin embargo, los analistas coinciden en que la tregua parece pensada más como un gesto político que como un primer paso hacia la paz.

La “paz” impuesta

El acuerdo impulsado por Washington refleja con claridad la filosofía de Trump: imponer la paz a través de la fuerza. Durante semanas de extrema violencia en la Franja, cuando las denuncias internacionales por genocidio y hambruna se multiplicaban, el mandatario estadounidense demostró que podía presionar a su aliado israelí cuando lo considerara oportuno. La maniobra lo muestra como un líder capaz de forzar resultados, aunque sea a costa de mantener intactas las estructuras de la ocupación.

El plan fue anunciado tras una reunión directa entre Trump y el primer ministro Benjamin Netanyahu. En ese encuentro, el estadounidense le dio un ultimátum a Hamas: “Si no lo hacen, será un final muy triste”, advirtió, al presentar un programa de 20 puntos que excluyó por completo a los representantes palestinos. No hubo negociación, sino imposición.

Lo acordado: tregua, intercambio y alivio humanitario

La primera fase del acuerdo prevé 72 horas de cese del fuego, un plazo que en la práctica se cumplió parcialmente. Durante esos días ingresaron cientos de camiones con alimentos y suministros médicos a Gaza. Hamas debía entregar a los 48 rehenes israelíes aún retenidos, mientras Israel se comprometió a liberar a unos 250 prisioneros palestinos con cadena perpetua y a 1.700 detenidos en los últimos dos años, entre ellos mujeres y niños.

También se acordó un intercambio de restos: por cada rehén israelí fallecido entregado, Israel devolverá los restos de quince palestinos muertos. Las autoridades israelíes prohibieron expresamente las ceremonias públicas y la cobertura mediática de las liberaciones, una reacción directa al fallido acuerdo de febrero pasado, cuando Netanyahu se negó a cumplir su parte tras un incidente mediático.

En total, desde octubre de 2023, Israel detuvo a unas 67.000 personas entre Gaza y Cisjordania, mientras los muertos superan esa cifra y los heridos y desaparecidos se cuentan por cientos de miles. Hospitales colapsados, desnutrición masiva y una nueva generación de niños huérfanos completan el retrato de una catástrofe humanitaria.

Un plan con lagunas y sin justicia

El plan de 20 puntos habla de reconstrucción, desarrollo económico y una futura fuerza policial tutelada por actores internacionales. También menciona la “reforma” de la Autoridad Nacional Palestina, aunque esta no tiene injerencia en Gaza desde 2007.
Sin embargo, no hay una hoja de ruta ni plazos concretos. Tampoco se especifica quién garantizará la desmovilización de Hamas, ni cómo se procesarán los crímenes de guerra cometidos por ambos bandos. La palabra justicia no aparece en el documento.

Incluso la promesa de “fin de la ocupación” es ambigua. El punto 16 del plan afirma que Israel “no ocupará ni anexará Gaza”, aunque las fuerzas israelíes todavía controlan más de la mitad del territorio. Serán ellas, según el acuerdo, las que definan cuándo retirarse, sin participación palestina.

El resultado: una paz vigilada y condicionada, en la que los derechos palestinos siguen sujetos a la voluntad israelí y a la presión —intermitente— de Washington.

Los grandes ausentes

El texto de Trump omite asuntos clave: los fondos retenidos por Israel a la Autoridad Palestina, la apertura del territorio a la prensa internacional y la protección de trabajadores humanitarios. En Gaza, periodistas y médicos fueron blanco recurrente de los ataques, lo que limita la posibilidad de documentar el impacto real de la ofensiva.

Tampoco incluye la liberación de figuras políticas históricas como Marwan Barghouti, líder de Fatah, o Ahmad Saadat, del Frente Popular para la Liberación de Palestina. Ambos mantienen respaldo popular entre los palestinos y representan alternativas políticas distintas tanto a Hamas como a la actual dirigencia de la Autoridad Palestina. Su exclusión deja en evidencia que el acuerdo no busca reconstruir una representación política legítima, sino administrar el conflicto.

Un horizonte sin Estado

El plan de Trump no menciona Cisjordania ni Jerusalén Este, ni hace referencia a la creación de un Estado palestino. Limita toda su visión a Gaza como una entidad aislada y controlada. Recién en el punto final promete que “Estados Unidos promoverá un diálogo entre Israel y los palestinos para acordar un horizonte político”.
Pero la historia reciente muestra que ese horizonte, bajo los términos de Washington y Tel Aviv, suele alejarse cada vez más.

Trump demostró que puede forzar una pausa en la guerra cuando lo desea. Sin embargo, imponer una “paz” sin justicia, sin soberanía y sin voz palestina no es construir un futuro: es prolongar la ocupación con otro nombre.


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